«Gage ya no era Gage»
La primera historia que apareció sobre Gage contenía un error. El día después de su accidente un periódico local exageró el diámetro de la vara. Un error pequeño, pero el primero de una larga, larga, larga lista de otros por venir.
La Búsqueda de la Verdad
El psicólogo e historiador Malcolm Macmillan, actualmente en la Universidad de Melbourne, ha estado cronificando los errores sobre Gage durante 40 años. Ha tenido una carrera un poco ambulante. Entre otros ha estudiado niños discapacitados, la cienciologia, la hipnosis y el fascismo. En los años 70, Macmillan se interesó por Gage y decidió llevar a cabo un seguimiento para llegar al material original del caso. Se dio cuenta de cómo de desvalijada estaba la historia de Gage y toda la ciencia que la envolvía.
Macmillan ha estado cribando la realidad de la ficción, publicando un libro sobre la historia de Gage y su vida después del accidente: «An Odd Kind of Fame».
Sobretodo, Macmillan quiere estrechar la falta de coordinación que hay entre lo que se conoce actualmente sobre Gage y la sabiduría popular. Afirma: «Aunque no haya más que un par de cientos de palabras que atestigüen cómo cambió, da mucho que pensar sobre la función de los lóbulos frontales».
El Médico
Harlow pudo ver como Gage subía con pesadez las escaleras hacia su habitación del hotel y se estiraba en la cama cosa que llevo las sabanas a la perdición ya que Gage estaba hecho un mar de sangre.
La Cura
Después vino lo gore, así que si sois de estómagos delicados os podéis saltar este párrafo.
Harlow afeitó el cuero cabelludo de Gage y lo limpió de sangre y de trocitos de cerebro. A continuación extrajo los trozos de cráneo de la herida como quien come comida china. Durante este proceso a Gage le venían náuseas cada 20 minutos ya que la sangre y los trocitos de cerebro se le escurrian por la garganta. Aunque suene increíble Gage nunca se aturdió, permaneció consciente y racional durante todo el proceso. Afirmando incluso que estaría dinamitando piedras de nuevo en 2 días.
La hemorragia cesó a las 23 horas del día del accidente y Gage descansó esa noche. A la mañana siguiente su cabeza estaba fuertemente vendada y su globo ocular izquierdo aún sobresalía mas de una pulgada. Aún así, Harlow permitió visitas en las que Gage reconoció a su madre y a su tío; un buen signo.
Al cabo de unos días, en cambio, su salud se deterioró. Su cara se había hinchado, como su cerebro. Empezó a delirar, en un momento pidiendo a gritos que alguien encontrara sus calzoncillos para poder salir al exterior. Su cerebro desarrolló una infección fúngica y entró en coma. Se le llegó a tomar medidas para un ataúd.
Catorce días en la crisis, Harlow hizo una intervención de emergencia, pinchando el tejido dentro de la nariz de Gage para drenar la herida. Los días pasaron, Gage perdió visión en su ojo izquierdo que quedaría cosido por el resto de su vida. Pero se estabilizó. A finales de noviembre volvió a su casa en Lebanon, New Hampshire; llevando consigo su apreciada (e inseparable) vara. En el informe del caso Harlow describió su propio rol en la recuperación de Gage: «Lo Apañé» escribió. «Dios lo Sanó».
El Doctor Henry Jacob Bigelow
Durante su convalecencia, las historias sobre Gage circularon en los periódicos, con diversos grados de exactitud. La mayoría daban a Gage el tratamiento de tabloide, enfatizando la improbabilidad de su supervivencia.
Hubo doctores que también cotorrearon sobre el caso, con bastante escepticismo hay que decir. Un médico despachó a Gage como una «Invención Yankee».
El Dr. Henry Bigelow se llevó a Gage a Harvard para una evaluación formal en 1849. Aunque el propio Bigelow trataba a nuestro protagonista como una curiosidad en sí mismo; la visita resultó ser la segunda prueba de primera mano que tenemos.
Sorprendentemente, Bigelow informó sobre que Gage se había recuperado en sus facultades corporales y mentales. En esa época tan solo se examinaban déficits motores y sensoriales y, como que Gage podía ver, oír, andar e oír; Bigelow concluyó que el cerebro de Gage debía estar bien.
Pero aún hoy en día, tan solo se tiene una idea vaga de cómo los lóbulos prefrontales ejercitan este control. Y las víctimas de las heridas prefrontales pueden pasar la mayoría de los controles neurológicos.
Cualquier cosa que se pueda mesurar en el laboratorio: memoria, lenguaje, capacidades motoras, razonamiento, inteligencia; parecen intactas en esas personas. Es fuera del laboratorio cuando los problemas emergen.
En particular, las personalidades cambian, y la gente con daño prefrontal a menudo traicionan con una falta de ambición, empatía y premonición. No son los tipos de déficitis que un extraño pueda notar en una conversación corta; pero sí aquellos que hacen que la familia y los amigos se pongan en alerta; cuando ven o notan que algo se ha ido.
Es frustante que Harlow tan solo dejara pocas palabras sobre el estado mental de Gage; sin aclarar si realmente el capataz había cambiado de algún modo. Sí que mencionó que se había vuelto caprichoso y que también tan pronto como hacía un plan lo dejaba para cambiar a otro. Pasó de ser muy deferente con los deseos de las personas antes, a priorizar los suyos. De ser un hombre de negocios listo y astuto a vivir con falta de dinero. De ser cortes y reverente a ser una persona irregular, irreverente y maleducado.
Harlow afirmaba:
«El equilibrio… entre sus facultades intelectuales y sus propensiones animales parecía haberse destruido»
Los amigos de Gage afirmaban que Gage ya no era Gage.
Buen Sabado!!
No os perdáis mañana la continuación de «El Cambio»