¿Por Qué El Cerebro Es Propenso A Confabular?

Hoy me gustaría aprender un artículo de Jules Montague, neuróloga irlandesa y escritora, residente en Londres y autora de un libro de próxima aparición en 2018 (Lost & Found) sobre la neurociencia de la identidad.

La duda no es una condición placentera, pero la certeza es absurda. (Voltaire, 1770)

Durante mi guardia Maggie me dijo que había visitado la mansión de Madonna la semana anterior. La ayudó a escoger el atuendo para su tour. El único problema era que Maggie era costurera en Dublin. Nunca había conocido a Madonna, nunca le había dado consejo de sastre sobre los sujetadores en forma de cono. En lugar de eso, un escáner MRI al que se sometió algunos días antes (cuando Maggie había ingresado de urgencia con fiebre alta y muy agitada) reveló encefalitis, una inflamación del cerebro.

Ahora estaba confabulando, expresando falsos recuerdos inducidos por la herida en su cerebro. Maggie, en ningún momento dudó del hecho que había sido costurera de las estrellas, sin importarle lo incongruentes que podían ser sus historias. Y esa es la esencia de la confabulación: la crítica facultad de dudar de algo se ve comprometida. Estas mentiras honestas eran la verdad de Maggie.

«No tengo ni idea de lo que estoy hablando»

Antes de seguir, me gustaría definir la palabra confabulación: por un lado, confabular es el hecho en que dos o más personas se ponen de acuerdo para realizar un plan (generalmente ilícito). Por otro, confabular es contar fábulas o historias, en el caso que nos ocupa; totalmente inventadas.

En su forma más extrema, la confabulación emerge del daño cerebral causado por la encefalitis, los ictus, algún traumatismo o por la deficiencia de tiamina (Vitamina B1) causada por la dependencia crónica del alcohol. Algun@s confabulador@s bajo estas condiciones producen invenciones totalmente bizarras: explican sus vidas como capitan@s de alguna nave estelar o informan de los aliens en los OVNIs.

Tiamina (Vitamina B1)

L@s confabulador@s con una lesión cerebral subyacente, a menudo intentan actuar dentro de historias fantásticas (por ejemplo, insistiendo en llegar a la mansión de una celebrity con una máquina de coser bajo el brazo). Los recuerdos remotos y las percepciones se amontonan en el presente; mezcladas, revueltas e irrelevantes en el aquí y el ahora.

El psiquiatra ruso Sergei Korsakoff abordó este problema en 1889. Su informe involucraba a una paciente que una vez viajó a Finlandia. En la descripción del viaje, ella ‘mezcló en la historia sus recuerdos de Crimea, y se dió que en Finlandia la gente siempre comía cordero y que los habitantes eran Tártaros’ (antiguos habitantes del este de Europa y del oeste de Asia).

Portada del Estudio de Korsakoff

Del mismo modo que la paciente de Korsakoff, much@s confabulador@s dan detalladas elaboraciones y embellecimientos, o simplemente desordenan los hechos (un poco como hacemos tod@s). Nuestras intuiciones, a menudo, conllevan una sensación de ser correctas; de modo que las aceptamos inmediatamente como plausibles.

Pero en aquell@s sin lesiones cerebrales, el cerebro tiende a inspeccionar la información y las percepciones que, simplemente no pueden ser ciertas. ¿Puedo haber visto realmente un kanguro en la carretera de Edinburgo? Dejamos esta información a un lado de modo inconsciente para revisarla más tarde utilizando las ‘etiquetas de duda‘ que han sido localizadas por l@s neurocientífic@s en el córtex orbitofronal y el córtex prefrontal ventromedial, en la región de la frente del cerebro. Esas etiquetas nos indican que: ‘Aquí debe haber alguna cosa sospechosa‘. Estas regiones están perturbadas en l@s confabulador@s con daño cerebral quienes tienen serios problemas al aplicar esas etiquetas al enfrentarse a ideas y pensamientos extravagantes.

Pero no tan sólo aquell@s con lesiones cerebrales son susceptibles a la confabulación. L@s niñ@s pequeñ@s también confabulan, porque están desarrollando el córtex prefrontal. Recientemente, investigador@s de la Universidad de Bedfordshire (UK) y de la Universidad de British Columbia (Canadá); convencieron a un grupo de estudiantes san@s de que tenían un pasado criminal.  Para convencer a los participantes de su crimen, un@ entrevistador@ primero les explicaba un evento verdadero que habían experimentado durante la adolescencia; los detalles sobre este evento habían sido previamente explicados al equipo por los familiares de los sujetos. Entonces el entrevistador introducía un evento falso a los participantes: «El segundo evento, que tus padres me contaron que pasó, fue un incidente en el que estuviste en contacto con la policía‘ Luego se les preguntaba a los participantes qué es lo que les había ocurrido en cada evento, tanto en el verdadero como en el falso, con todo tipo de detalle.

En el momento de la tercera entrevista, el 70% de los participantes había confabulado recuerdos falsos de haber cometido algún robatorio, algún asalto o asalto con armas, resultando de éste el contacto con la policía en la temprana adolescencia. Cada vez que lo contaban, la duda se apagaba más y más.

Falsos Recuerdos

«Recuerdo los dos policías. Habían dos.», dijo un participante del estudio, «lo se seguro… creo que uno era blanco y el otro quizás hispano… recuerdo meterme en problemas. Y tuve que decirles qué era lo que había hecho …»

«¿Recuerdas haber gritado?», preguntó el entrevistador.

«Tuve la sensación que me había llamado zorra», respondió la participante. «Y me harté y le tiré una piedra. Y la razón por la que le tiré una piedra era porqué no podía acercarme a ella»

Incluso si nunca has intentado llevar una máquina de coser a casa de Madonna, he aquí una cosa que tod@s compartimos con l@s confabulador@s clínic@s: la incapacidad de inspeccionar algunos recuerdos y percepciones. O el fallo al rechazo de respuesta con defectos, como William Hirstein, filósofo y científico cognitivo lo describe.

Esto parece ser especialmente cierto cuando los recuerdos y las percepciones están estimuladas o sugeridas por nosotr@s, o cuando se aplica mucha presión. Por ejemplo, durante entrevistas forenses, si el sospechoso inocente se conduce a confabular inconscientemente (‘tan sólo dinos lo que sepas’), puede ser que aparezca una falsa confesión.

Las emociones fuertes asociadas con un recuerdo o percepción también pueden invalidar nuestras etiquetas de duda; la emoción incrementa el cómo de vívido nos parece un recuerdo, incrementa nuestra confianza inmerecida en su precisión y añade un profundo sentido de revivir el evento. Las historias sobre un horroroso accidente de coche o sobre una pelea acalorada se cuentan una y otra vez en las cenas o alrededor de la cafetera de la oficina. Pero la ausencia de duda no equivale a la presencia de verdad.

¿Verdad?

Hay una bella ventaja evolutiva en el déficit de duda: ¿Es ese animal de enfrente tuyo un lobo de verdad? Parece un lobo. No gastes un segundo aplicando la duda. Corre, tan sólo corre.

Pero aún existen inconvenientes, por comentar uno: la vulnerabilidad al engaño. L@s adult@s con daño en el córtex prefrontal ventromedial (vmPFC), son el doble de proclives a creer en anuncios engañosos, en comparación con aquellos con daños fuera del vmPFC o con aquellos que no tienen lesión alguna.

L@s investigdor@s sugieren que esto explicaría el porqué las personas mayores son más vulnerables al fraude. Con la edad, la integridad estructural y las funciones del vmPFC disminuyen, con lo que la capacidad de duda se desafila.

El adentrarse en la confabulación y por tanto en el déficit de duda, incluso sin ninguna lesión cerebral, tiene consecuencias éticas y morales. En 2012, investigador@s de la Universidad de Lund (Suecia) pidieron a l@s participantes que indicaran su nivel de acuerdo con frases sobre guerras, inmigración, vigilancia gubernamental y prostitución.

Una de las afirmaciones sostenía que: «La violencia que Israel usó en el conflicto con Hamas es moralmente defendible, a pesar de las pérdidas civiles que sufrieron l@s Palestin@s». Una afirmación contraria sostenía que la violencia era moralmente reprobable.

L@s participantes tenían que escoger un punto de vista y luego leer sus respuestas en voz alta. Sin que ell@s lo supieran, dos respuestas se habían intercambiado. El 69% no detectó al menos uno de los cambios, y confabuló argumentos en favor de opiniones que no habían escogido. Esto se denomina elección ciega: fallamos al darnos cuenta entre nuestras decisiones y el resultado de ellas, entonces apoyamos el contrario de la alternativa que habíamos escogido.

Según Petter Johansson, «cuando construimos una respuesta para soportar nuestro caso no tan sólo influenciamos al oyente sino que también a nosotr@s mism@s«. A lo mejor nuestros valores se forman y se transforman simplemente a través de nuestra racionalización y no nacen de la reflexión deliberada.

Análisis preliminares de seguimientos oculares y de dilatación de las pupilas (para medir la sorpresa) sugieren que la mayoría de los confabuladores no detectaron la manipulación. Y eso sí que es peligroso. Mientras que un déficit de duda puede salvarte de un lobo, te puede hacer vulnerable al engaño e incluso, puede poner tu moral al descubierto.

En la duda está el valor. Es lo que mueve a la ciencia, haciendo que formulemos hipótesis alternativas y que interroguemos a los hechos. En palabras del filósofo medieval Peter Abelard: «Con la duda llegamos a la pregunta y preguntando llegamos a la verdad«

Por otro lado, Hirstein invoca un sistema que normalmente se asocia con ‘pelea o huye’. «La duda para nosotros no es meramente intelectual […] Viene con un desagradable sentimiento producido por el sistema autónomo. Puede ser este sentimiento el que, de hecho, de a la duda el poder para pararnos y hacer que pensemos en lo que estamos diciendo«

Pero la duda también es una espada de doble filo. Una vorágine de retórica nos envuelve, declaraciones y contra declaraciones sobre la vacunación, la inmigración y el cambio climático; y además nuestra duda es el arma que utilizan l@s manipulador@s.

He aquí una receta para inculcar la duda: entrecomillemos palabras como ‘prueba’ o ‘expert@s’.

La fiebre de Maggie se desvaneció, y también lo hicieron sus historias fantásticas. Su capacidad de duda se renovó, cambió una vulnerabilidad por otra, pero mejor es albergar duda que no tener ninguna.

Buen Martes!! 🙂


Artículo Original: «Why is the brain prone to florid forms of confabulation?» en Aeon

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