Las gallinas ponen huevos de diferentes tamaños, sin solución alguna de continuidad, pero nos gusta venderlos en cajas de ‘huevos pequeños’, ‘huevos medianos’ y ‘huevos grandes’.
Que tedioso debía ser el clasificar los huevos antes de las máquinas, l@s clasificador@s tenían que clasificar cientos de huevos cada día. A pesar de ello seguro que pensaban que no existía otro modo de hacerlo.
Debían de pensar: «Qué suerte tiene el granjero que usa mulas y carros; qué suerte tiene el molinero, cuyo trabajo lo hace el molino»
Concluirían que: «¿Quién más podría llenar las cajas de huevos de huevos de la medida correcta, -mirándose l@s un@s a l@s otr@s- si no los revisásemos nosotr@s?»
Para un@s, esta afirmación sería la triste aceptación de estar condenad@ a una tarea Sisífica (en referencia al mito de Sísifo), para otr@s sería dar dignidad de hacer un trabajo que resiste a las máquinas.

Como suele ocurrir, del aburrimiento nace la inspiración. Una mañana, después del huevo 200 del día, un granjero de pollos tuvo la siguiente revelación:
«Sí! Los humanos somos muy buenos ordenando huevos, pero no somos en absoluto necesarios!!. La naturaleza puede distinguir los huevos pequeños, medianos y grandes. Todo lo que tenemos que hacer es construir una máquina que deje la decisión en manos de la naturaleza, del mismo modo en que decide que una manzana debe abandonar la rama de la que cuelga y caer al suelo«.
Mientras reflexiona sobre esta idea, estaría sopesando un par de huevos de diferentes tamaños, uno en cada mano, y tirándolos rítmicamente al aire. Dada su experiencia sería capaz, de tirarlos y cogerlos sin ni siquiera mirar.
Eureka!! Se daría cuenta que el tamaño de los huevos estaría directamente ligado a una propiedad con la que las máquina podrían lidiar más fácilmente, su peso, y ese era el modo de clasificar huevos sin mirarlos. A continuación, implementaría un plano inclinado, 3 balancines con 3 pesos diferentes en cada uno de sus extremos; teniendo delante suyo la primera máquina de clasificar huevos de la historia.
Las balanzas, con un cinturón atado, atraerían cada uno de los huevos. Cuando su peso fuese mayor que el peso al otro extremo de la balanza en la que se sostenía, se depositaría en el plano inclinado, llegando hasta un grupo de huevos de tamaño similar.
Contemplad!! Inteligencia Artificial!!
No tan sólo la máquina estaba haciendo una tarea que se pensaba que sólo los humanos podían hacer, sino que lo estaba haciendo más rápido y con mayor precisión que las que podía mostrar cualquier granjer@.
Algun@s granjer@s recibirían esta máquina con gran entusiasmo, otr@s con escepticismo, miedo y decepción:
«Una máquina diabólica!!«
«A no ser que coja los huevos del nido y ya los ponga en la caja, no me sirve de nada«
«Les va a quitar el trabajo a los granjeros«
«Seguro que los huevos clasificados a mano son mejores, la gente verá las diferencias«
«Las máquinas de clasificar huevos alienaran a los granjeros de su trabajo«
«¿Qué pasaría si la máquina se desmadrase? ¿Qué pasaría si se rompen los controles y la máquina clasifica los huevos más rápidamente de lo que los podemos descargar, el plano inclinado se colapsa y te mueres por una avalancha de huevos?«

En este punto estarás entretenid@ con l@s agoreros de la máquina de clasificar huevos. Incluso admitirás la posibilidad de morir por una avalancha de huevos pero aún estarás perplej@ de pensar que esta máquina puede ser inteligente.
Del mismo modo podemos ver los resultados de la inteligencia artificial y de los debates que periódicamente aparecen sobre ella.
Muchas personas están preocupadas por el momento en que las máquinas serán superiores al hombre, un momento predicho de la historia cuyo nombre es: «la singularidad tecnológica«.
Recientemente un líder de la industria afirmó que la IA es «un riesgo fundamental para la existencia de la civilización humana» y que hay un riesgo concreto que «los robots vayan por las calles matando personas».
Debemos hacer una distinción importante llegados a este punto. La amenaza de la singularidad no pasa por que las máquinas puedan matar a personas en las calles de las ciudades o en cualquier otro lugar (esto está pasando desde la primera revolución industrial) sino que tengan el deseo de hacerlo casi sin esfuerzo, como los bandidos de las pelis del oeste, repartiendo balas a todo trapo. El miedo más grande es que las máquinas, incluso antes que nos venzan físicamente, tendrán que ganarnos intelectualmente y mirarnos del mismo modo en que nosotr@s miramos a las cucarachas hoy.

No estamos discutiendo sobre la posibilidad que podamos ser víctimas de las máquinas en un futuro cercano, de modos más o menos espectaculares. Sino de un evento, más espeluznante, no muy diferente de la naturaleza de morir aplastado por una roca, por una avalancha de huevos, y que clama a que las máquinas que nos quieran matar sean tan intelectualmente válidas, como se decía de las máquinas de clasificar huevos que querían matar al granjero.
El debate sobre la promesa y la amenaza de IA a la humanidad, se reactiva cada vez que una máquina logra una tarea que creíamos inherentemente humana. Este ha sido el reciente caso de las victorias de Alpha Go, la mente artificial que ha sido capaz de batir a los mejores jugadores de Go de China, Korea y Japón.

El Go, se ha resistido a las máquinas dos décadas después de la capitulación del ajedrez, por ello, se le ha considerado un juego arquetípicamente humano. El Go era demasiado grande para que las máquinas pudiesen lidiar con él; lo que la intuición humana captura de modo instantáneo de la posición del tablero, tomaba varios minutos para las máquinas.
Después de la derrota de Lee Sedol (foto anterior) en Marzo de 2016, la situación cambió drásticamente.
«Ahora que las máquinas nos han superado en el Go, no tardarán en superarno en todo«
Reacciones similares siguieron a la derrota de Kasparov en manos de Deep Blue en 1996, cuando un ordenador ganó a un humano por primera vez.
Un ordenador que derrote a los humanos, en un juego que fue uno de los campos de batalla de la guerra fría, fue una noticia que estimuló a la sociedad, pero hoy en día jugamos al ajedrez contra los ordenadores en nuestros teléfonos que son mucho más superiores que la máquina de IBM y no nos sentimos intimidados de ningún modo. De hecho estamos convencidos que nuestros smartpones no son listos en absoluto, aunque son mucho más potentes que los laboratorios de computación de los años 90.
Algunos argumentarán que Alpha Go es una máquina mucho más complicada que Deep Blue y que no tienen punto de comparación.
Es innegable que la máquina de Go es mucho mejor que la de ajedrez, pero no significa que sean incomparables. Sabemos exactamente cuánto de más complicado es Alpha Go que Deep Blue, de hecho sabemos esta misma diferencia con la máquina de clasificar huevos. Lo que no sabemos, y permanece incomparable, es la distancia entre el Alpha Go y el intelecto humano.
Todas las máquinas que hemos construido son una variación de la máquina de clasificar huevos. A pesar de cuántas de ellas juntemos o cuantos niveles apilemos, lo que tenemos continua siendo una máquina de clasificar huevos, lo único que es una mucho más complicada.
A medida que la tecnología progrese, continuarán apareciendo máquinas que sean capaces de resolver un problema o una clase de problemas mejor de lo que lo hacemos los humanos. No está fuera de la razón que en nuestra generación un máquina escriba una novela que sea laureada, sin necesidad de necesitar la infinita biblioteca de Borges para almacenar sus resultados.
De todos modos, la brecha que aún hay entre nosotr@s y las máquinas no es sobre cómo de correctas o eficientes son nuestras soluciones de un problema dado, sino nuestras habilidades para encontrarlas. Esta distancia no se va a acortar y no porque seamos capaces de conservar nuestra superioridad en una tarea dada, sino porque no pararemos de sentir aburrimiento, irritación, stress, ansiedad y enfado.
Estas condiciones, comúnmente consideradas negativas, son los mejores catalizadores para el cambio, forzando un sentimiento de inquietud y de desasosiego en nosotr@s, haciendo, por lo tanto, que odiemos el status quo que una vez amamos.
El escritor automático tendrá éxito pero, ¿alguna vez parará de escribir para reflexionar sobre sí mismo y buscar otro estilo? ¿Por qué debería hacerlo?
La creciente complejidad técnica de nuestras máquinas no producirá nada que las separe significativamente de ellas mismas. ¿Qué pasaría si los humanos estamos a tiro a lo largo de este crecimiento? ¿Qué pasaría si una máquina fuese lo suficientemente complicada como para ser indistinguible de un humano y no por que las máquinas hayan saltado la distancia que nos separan de ellas sino porque esa distancia nunca ha existido? Nostr@s mismos somos máquinas capaces de autoreplicarnos.
Si ese fuese el caso, es inevitable que una iteración futura de la máquina de clasificar huevos, se despierte un día y se pregunte sobre la necesidad de clasificar huevos o sobre la necesidad de clasificar en general.
Buen Domingo!! 🙂
Artículo Original: «Metaphysics of an Egg Sorting Machine» en Hackernoon
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